"La soldadesca continuaba bebiendo. Los perfumes que les resbalaban de la frente mojaban con gruesas gotas sus túnicas en jirones y apoyados con los dos puños en las mesas que parecían oscilar como navíos, miraban alrededor con sus grandes ojos de borrachos, para devorar con la vista lo que no podían coger.
De pronto el palacio se iluminó en su terraza más alta, se abrió la puerta central, y en el umbral apareció una mujer, la hija de Amílcar en persona, toda vestida de negro. Inmmovil y con la cabeza baja, miraba a los soldados.
Dertrás de ella, a cada lado, había dos largas filas de hombres pálidos. No tenían pelo, ni cejas. En sus manos relumbrantes de anillos llevaban enormes liras y todos cantaban con una voz aguda, un himno a la divinidad de Cartago. Eran los sacerdotes eunucos del templo de Tnait, a los que Salammbô invitaba a menudo a su casa.
Por fin ella bajó la escalera. Los sacerdotes la siguieron. Se adelantó por la avenida de los cipreses, y caminaba lentamente entre las mesas de los capitanes, que se echaban un poco atrás viéndola pasar.
Su cabellera, empolvada de una arena violeta, y recogida en forma de torre a la moda de las doncellas cananeas, le hacía aparentar más alta. Trenzas de perlas pegadas a sus sienes bajaban hasta las comisuras de la boca, rosa como una granada entreabierta. Sobre su pecho había un conjunto de brillantes, que imitaban por sus colores abigarrados las escamas de una murena. Sus brazos, llenos de diamantes, salían desnudos de su túnica sin mangas, constelada de flores rojas sobre un fondo completamente negro. Llevaba entre los tobillos una cadenita de oro para regular su paso y su gran manto de púrpura oscura, hecho de una tela desconocida, le arrastraba por detrás, levantando a cada paso que daba como una gran ola que la seguía. Se oía el pequeño ruido de la cadenita de oro con el taconeo regular de sus sandalias de papiro.
Las finas aletas de su nariz palpitaban. Aplastaba sus uñas contra la pedrería de su pecho. Hablaba en un idoma cananeo que los bárbaros no entendían. Se preguntaban que podía decirles con los gestos espantosos con los que acompañaba sus discursos; y en torno a ella , a las mesas, en las camas, en las ramas de los sicomoros, con la boca abierta y alargando la cabeza, trataban de captar aquellas vagas historias que se balanceaban en su imaginación, como fantasmas en las nubes.
Él sentado en cuclillas, acercando la barba a las astas de sus jabalinas, la contemplaba abriendo las aletas de su nariz como un leopardo agachado entre los bambúes..."
Salammbô, según el libro escrito por Gustave Flaubert (Cátedra; Gustave Flaubert, edición de Germán Palacios), es el nombre de una mujer, hija de un gran rey. Podría decir que encontré en las páginas de este libro la inspiración para crear "Salammbô Experience".
En este libro se detalla la búsqueda del hombre por un deseo inalcanzable, y en base a este echo surgió Salammbô Experience.