
Los estudios se llevaron a cavo con 104.000 sujetos durante 10 años. Al final resultó que hubo menos fallecimientos entre los sujetos que dormían entre cinco y siete horas cada noche que aquellos otros que dormían ocho horas y más.
Parece ser que el sueño cumple una función adaptativa y que si reducimos progresivamente las horas que dormimos por la noche también estaremos incrementando la eficiencia del sueño. Es decir, que una pequeña siesta puede ser tan eficaz como seis horas de sueño.